Relatos de Coaching

Capítulo 1. Carta del Director

Me gusta vivir bien. Sí, eso creo. Lo sé... como a todo el mundo. Comer bien, compartir momentos con mi familia y mis amigos, conversaciones interesantes, entretenidas y agradables… Me apasionan los coches, de color oscuro, y espaciosos. Que tengan un buen motor. Que sean de una buena marca. 

Ahora me siento bien por dentro y por fuera. Bueno, por fuera cambiaría un par de canas por mi pelo de antaño, y quizá hasta me quitaría unas cuantas arrugas. Solo quizá, porque en el fondo me satisface mi presencia, mi porte y cómo he envejecido con los años (Iván sonríe con ironía). Opino que la actividad y el trabajo duro de estos años al final me han sentado bien. Creo que soy como el buen vino. El buen vino tinto que va adquiriendo un mejor color, mejor sabor y olor más rico en matices con el tiempo. Eso es porque he tomado buenas decisiones en mi vida. Mi trabajo. Mi familia. Mis hijas….

Mis hijas son extraordinarias. Las tres son chicas. Las tres sacan buenas notas. Las tres son respetuosas, trabajadoras, inteligentes…

No le puedo pedir más a la vida. Soy feliz. Me siento bien. Es cierto que, en ocasiones, veo la vida de otro color, pero se me pasa pronto.

Por lo general me levanto muy temprano, por mucho que me cueste. Me gusta levantarme pronto y salir a dar un paseo con el alba. Escucho el despertar de la ciudad y me siento como un rey. Soy el rey caminante. Luego regreso a casa y, antes de que el resto se levante, me preparo para salir al trabajo. Ella se encarga de la organización de la casa. Creo que le gusta, o bien, prefiere hacerlo ella porque reconozco que a mí no se me da bien. Las niñas la adoran. Las prepara. Les da el desayuno. Las lleva al colegio. Con ella todo va rodado.

Luego está Amaya. Nos ayuda con la casa. Deja todo ordenado y limpio. Como tiene que ser. Qué gusto da llegar a casa y ver todo así, ordenado y limpio. Me gustan esas dos palabras. Reflejan disciplina y solo con disciplina se consiguen las cosas.

Decía que yo me voy al trabajo, en mi coche. Espacioso, de color oscuro, de marca y nuevo. La empresa lo ha cambiado recientemente. Éste es precioso. Me encanta que su color verde escupa reflejos dorados con el sol. Al llegar a la empresa lo aparco en mi plaza de garaje. También me entusiasma mi plaza. Creo que es la mejor porque está cerca de la puerta de acceso. Entonces subo en ascensor hasta mi despacho, bien iluminado, amplio, con muebles armoniosos y de excelente calidad.

Antes de entrar, suelo hablar un rato con mi secretaria y le pregunto cómo se encuentra. Es muy eficiente, amable y trabajadora. Me gusta saber cómo está y como está su familia. Ella está bien, suele estar siempre bien. Eso me agrada.

Después, se acerca al despacho. Se sienta y me pone al día de mi agenda. Y me pregunta si quiero tomar un café. Ese pequeño detalle es encantador. También está el olor de café recién hecho, su gusto amargo. Me apasiona sin azúcar y bien negro.

Leo las noticias. Tengo los periódicos de la mañana sobre mi mesa para ponerme al día de lo que pasa, aunque no quiero centrarme en las malas noticias. Cuando las noticias no están relacionadas con el desarrollo de mi trabajo las paso rápido. 

Abro mi correo, leo los mensajes ya filtrados y sigo mi agenda al pie de la letra. Según me va indicando mi secretaria, Albia. Sabe un montón de idiomas. Eso me viene fenomenal cuando tenemos que ir de viaje a otros países. También hace de traductora.

Después de la primera reunión de hoy, he regresado, como de costumbre, a mi despacho. Al llegar me he encontrado una carta. Sobre la mesa. Albia me dice que el Director ha estado allí. Sus ojos parecen asustados. No entiendo el porqué. Todo va bien. Yo me acerco a la mesa y recojo la carta. La abro. La leo. La releo. No me lo creo. La vuelvo a leer. Miro el remite. Quiere que vaya a verle ahora. No es posible.

Salgo de mi despacho. Miro a Albia. Ella está concentrada y parece que no quiere mirarme. Permanezco allí. Al final me mira. Ella sabe algo. Le pregunto. Me dice que tengo que ir a ver al Director. No entiendo por qué. Todo va sobre ruedas.

Regreso a mi despacho. Para qué voy a ir. Mejor otro día. Hoy tengo mucho trabajo. Pasan las horas. Albia me llama por teléfono. Tiene que dar paso al director. Esto no me gusta. No le doy paso. Estoy muy ocupado.

Paso el tiempo leyendo, contestando correos, preparando reuniones... Hoy no quiero utilizar el teléfono. No sé por qué.

Albia me llama de nuevo. Dice que es el director. Dice que parece enfadado. Le digo que me pase con él. Hablamos. El director me explica el contenido de la carta. Quiere que vaya a verle.

No quiero ir. Pero voy.

Llego al despacho del director. Su secretaria me mira y me saluda amablemente. La respondo con seriedad porque en el fondo estoy asustado, siento miedo. Me dice que espere unos minutos. Que está hablando. Yo espero. Allí. No me siento. No quiero sentarme en esa especie de butacones incómodos. Luego no me puedo casi levantar. Te quedas pegado allí como si te hubieras sentado en un embudo.  Permanezco de pie. Un buen rato. Muy largo rato.

Al final me mira la secretaria del Director. Ya puedo pasar. Y paso. Entro con determinación. Con firmeza. Aunque me siento extraño. Me siento sin fuerza en mi interior. No sé por qué. Doy un paso. Luego otro. Así hasta llegar a su mesa. Se levanta para recibirme. No es lo habitual, pero me parece bien. Me dice que me siente y yo me siento. Su cara está seria. Me nombra. Hace alusión a la carta. Me pregunta si la he leído. Le digo que sí. Pone cara extraña. Me dice que entonces ya me lo esperaba. No entiendo a qué se refiere. Luego dice palabras que no quiero oír. Y no oigo. Mi mente no me deja oírlas. Porque me hacen daño. Me quedo ahí, sentado. Escuchando palabras. Y sigo ahí. Largo rato. Escucho. La crisis. Los nuevos tiempos. La empresa. La competencia. Como yo ya sabía...

Me levanto. Me despido del Director. Me voy a mi despacho. Estoy aturdido. Me siento. Le pido a mi secretaria que por favor me traiga un vaso de agua. Ella viene. Con un vaso de agua. Se va. Yo me quedo allí. En mi despacho. Empiezo a sentirme solo en mi despacho. Nunca me había pasado. Llamo a mi mejor amigo en la empresa. Le pregunto cómo está. Me contesta bien. Me dice que tenemos que quedar a comer para hablar. Ahora no tiene tiempo. Va a una reunión. Vuelvo a sentirme solo. Pienso. No lo entiendo. Comienzo a sentirme mal. Esto no me gusta. Vuelvo a pensar. Las palabras del director resuenan en mi mente. Las cosas han cambiado. El departamento ya no es necesario para la empresa. La empresa no tiene recursos.

Él dijo que yo ya lo sabía. Y yo no lo sabía. Yo imaginaba que sería otro. No yo. Yo soy imprescindible. Yo he creado el departamento.

Tengo que irme. Tengo que dejar la empresa pero no quiero. Me siento mal. Tengo que dejar mi coche aparcado. Me ponen un taxi. Me dicen que le diga a mi esposa que el coche tuvo una avería porque tengo que dejarlo aparcado. Mi coche. Está nuevo. Y tengo que dejarlo. No sé qué voy a hacer sin coche. Tengo que dejar mi portátil. Me cuesta moverme de mi sillón. No puedo moverme. Pero tengo que irme ese mismo día. Tengo que despedirme. Y no quiero irme. Tampoco quiero despedirme… Pero tengo que hacerlo. 


 2413,    22  Oct  2015 ,   Dejar Mi Empresa, Dejar Mi Vida por M. Cobreros
Miriam Cobreros

Coach Profesional Ejecutivo Certificado

Cerfiticación Oficial AECOP CP40

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